En el ejercicio de la cotidianidad, la tecnología se ha normalizado bajo la idea de que sus usos simplifican un amplio espectro de posibilidades que van desde orientarse en una ciudad, hacer compras, encontrar alternativas de entretenimiento o acceder a información aparentemente ilimitada.
Sin embargo, esta visión empírica es apenas una noción simplista que bien podría ser comparada con la punta de un iceberg del que todavía se desconocen un sinfín de implicaciones y conexiones.
Precisamente, la comunidad científica ha comenzado, con el trasegar de los años, a estudiar las consecuencias reales de vivir en un mundo dominado por las pantallas de los llamados smartphones, las tabletas y en general todo el contenido que deriva de estos dispositivos.
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Michael Desmurget, doctor en neurociencia y director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica de Francia, ha realizado importantes hallazgos sobre la salud mental y física de los niños de la actual generación, quienes han sido denominados en ocasiones como “nativos digitales”.
El análisis y las conclusiones de esta investigación están depositadas en el libro “La fábrica de cretinos digitales”. Una obra que permite observar un panorama desalentador para el sano crecimiento y desarrollo de los niños.
Según Desmurget, la circunstancias de entregar el cuidado y atención de infantes al efecto mesmérico de las pantallas tienen como consecuencia indicadores importantes que deberían ser considerados como, por ejemplo, los informes PISA (Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos) que han demostrado una relación negativa entre la digitalización de la educación y sus resultados; o también el decrecimiento en los test de coeficiente intelectual (IQ).
Además, este doctor e investigador ha logrado evidenciar con diversos estudios la aparición de trastornos en la concentración, en el aprendizaje, en la conducta social, problemas con el sueño y la aparición temprana de ansiedad, síndrome de abstinencia o depresión; patologías que aumentan sin control y que van encaminadas en la misma tendencia del uso de las pantallas.
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Otra de las conclusiones es que esta preocupante situación está auspiciada por el desconocimiento y un entorno comercial y económico que ha vendido conceptos erróneos al manifestar que las generaciones actuales son garantes de una inteligencia excepcional al tener la capacidad de dominar plataformas, redes o sistemas operativos desde temprana edad, a lo que responde Desmurget:
“Lo cierto es que todo eso está hecho para que pueda ser utilizado por un macaco de laboratorio, perdón por la expresión, pero son cosas extremadamente fáciles de utilizar”.
En un ejemplo particular del uso de educativo de herramientas tecnológicas, el autor se cuestiona:
“hoy los estudiantes saben usar las herramientas no para aprender, sino para esforzarse menos. En una tarea de idioma extranjero emplean el traductor de Google para que les haga todo.
Creo que, en sí misma, la herramienta es maravillosa, pero sería ideal que hicieran el trabajo y luego verificaran con el traductor si quedó correcta. Uno de los aspectos que más cuenta en la educación es el esfuerzo, pero aquí se anula.”
Esta obra es una llamado de alerta a los padres, a un sistema educativo y a una sociedad que mira con indiferencia e ingenuidad las implicaciones que el uso de la tecnología puede generar en los niños y niñas, muchas de ellas gravemente manifiestas a corto plazo y otras adicionales que se generarán en un futuro.
Esta investigación también plantea una serie de soluciones que más allá de la estigmatización de la digitalidad, se erigen desde el contacto humano y la conexión profunda con el hacer, con las artes y, sobre todo, con el componente social como la premisa sobre la cual se ha establecido históricamente la humanidad. Un aprendizaje y una experiencia de contacto real que todo niño o niña debería tener en la praxis y la sorpresa por la vida que se abre ante sus ojos y no precisamente a través de las pantallas.
Por: Fabián Rueda Miranda